miércoles, 31 de agosto de 2011

NOTAS: LA ESCRITORA ESCILDA GREVE Y SU ENTORNO


por Luis Barbieri.

En algún lugar dejé prestado dos libros. Ejemplares de poesía y que hoy me pesa no tenerlos. Uno del escritor Guillermo Trejo y “De silencio a silencio” de la escritora Escilda Greve. Ella puso una notita para mí en la primera hoja. Fue la primera vez que alguien lo hizo y a pesar de estar ajado por su continua lectura agradecí el obsequio emocionado. Era el verano del 74

A la señora Escilda la recuerdo en una actitud siempre jovial. Era delgada, con su pelo sin tintura y que a veces recogía con un moño. Por las tardes venía a los talleres vistiendo falda amplia, fresca y de tonos claros. Su voz tenía una inflexión amable y familiar, como si siempre se le hubiese conocido. Hablaba como maestra. Mujer extremadamente solidaria, en especial con un sin número de poetas y pintores anónimos a los que ella ayudó de forma desinteresada. En algunos casos fue el motivo de algún allanamiento por parte de la policía de investigaciones a su casa. Y sé que alguna vez no cobró el arriendo de algunos de los talleres que funcionaban en su propiedad. Era de un carácter fuerte, pero permanecía respetuosa de las ideas y de la persona. Defendía con inteligencia y fervor su pensamiento, en especial al escribir. “Sin los ripios del adjetivo y si era necesario, nunca utilizarlo al final de un verso”. Iba por las tardes a visitarnos al fondo de su casa, a los talleres-habitaciones que ella daba en arriendo a pintores, escultores, músicos y artesanos en cuero y madera.

Su casa estaba en la calle Compañía a dos o tres cuadras antes de llegar a la popular calle Matucana. Ubicada en el antiguo barrio cívico de Santiago. Todavía en aquel tiempo, el sector guardaba, en su deteriorada arquitectura algún brillo, un aire de ese esplendor que tuvo a principios del siglo 20. Era una casa grande y larga. Con dos gruesas columnas a la entrada. En las primeras habitaciones y donde sus ventanales daban a la calle, las ocupaba ella con su marido. A él le decían “el Galo” y se ganaba la vida pintando telas al óleo. Admiraba a Dalí y lo copiaba. Un día en que tuve que entrar a su taller, vi terminada una reproducción del pintor español.

La entrada tenía una puerta grande de dos hojas y una mampara interior con vidrios hasta la mitad y que siempre permaneció abierta. La chapa de la puerta tenía una maña para girar la llave y abrir. También a modo de timbre se usaba un cordelillo de algodón que aparecía por un pequeño orificio a la calle. Éste al tirarlo con fuerza recorría todo el largo pasillo sujeto a unas argollas de alambre hasta hacer sonar el “timbre” que finalmente era un fierro colgando, dentro de un balde de hojalata. Después de cruzar las primeras habitaciones a través de un largo y sombrío pasillo, éste se ampliaba en la mitad de la propiedad generándose un pequeño patio de luz en donde la señora Escilda cultivaba algunas plantas de jardín y también criaba perros finos en un canil y que más tarde se vendían “a la gente rica”. Después se continuaba por el mismo pasillo hasta llegar a un patio grande, que por ambas orillas y se alzaban en dos pisos los talleres habitaciones. Durante la mañana la casa permanecía en silencio. Se caminaba casi en puntillas. Sabíamos que todos dormían hasta pasado el medio día por el trasnoche de los talleres.

Ella gustaba de compartir con sus arrendatarios. En uno de los talleres del primer piso vivía Edulio. Pintor, escultor y profesor universitario. Un hombre de una basta cultura y notable inteligencia. Tomaba té de bolsita importado con pan de molde. Tenía la manía de abrir la bolsa del pan y sólo comer un par de láminas y el resto me lo regalaba. Un año después salio al exilio. A Francia, después de pasar preso seis meses, en el centro de detención de cuatro álamos. Uno de sus “alumnos” lo denunció por hacer un comentario sobre economía contrario al gobierno. Dos años antes, había ganado el primer premio para realizar la escultura que se iba a instalar en la entrada de la universidad Técnica del Estado. Ocurrió el golpe de Estado y nunca se llegó a ejecutar la obra ni él hizo el viaje a Hungría como premio.

Vecino a Edulio se encontraba Aguayo. Él hacía tallados en maderas de primorosos acabados. Un hombre de unos 60 años de edad, culto y de modales y decir distinguido. Más joven había salido a vender sus trabajos en ferias internacionales. Pero en ese tiempo, enseñaba dos veces a la semana, ramos alternativos a los alumnos de la Universidad Católica. Puso un letrero en su taller que decía” El hombre y el árbol se conoce por su veta”. Su niñez fue feliz, la vivió en la ciudad de Talca junto a los Alessandri. El fundo de su padre y el de don Arturo eran vecinos y además eran socios fundadores del Banco de Talca. Guardaba en un rincón de su taller una obra del pintor Benito Rebolledo. Era una tela de 1mt x 1,5mt aproximadamente, en donde aparecía retratada de pie su familia. El catálogo de los obras del pintor indicaba que fue el único retrato hecho en esas dimensiones por el artista. Él señalaba, que tenía la esperanza de encontrar un interesado que pagara lo que valía el cuadro. Eso era su única cuenta de ahorro. Aguayo decía de su amiga “La Escilda es mamá en poesía, es doña escritora, se maneja con el idioma. Ella es de la época de la Gabriela y fue perseguida por sus diferencias con ella. Fíjate que ahora vienen de Europa a buscar sus libros, porque aquí nunca la han reconocido por su manera de pensar”.

Una vez la señora Escilda, me hizo encaramarme en el entretecho de su casa para sacar unos libros suyos. Había cajas de cartón repletas de sus primeras publicaciones, de libros que olían enmohecidos. Ahí estaban ocultos todos sus libros. En esa ocasión llegaron de incógnita “personas de Holanda” buscando llevarse unos ejemplares suyos a Europa. Fue una época sombría en que nos prohibimos a si mismo pensar en voz alta. Hablar un asunto político, incluso frente a gente conocida, que ya era considerado grave, era exponerse a ser delatado y detenido por los servicios de seguridad.

Ella pasaba gran parte su tiempo en su habitación Se encerraba a leer o escribir hasta altas hora de la noche. También lo hacía por las tardes y en algún rato salía al patio como para descansar. Para estirar las piernas. Aprovechaba de revisar su crianza de perros y también de conversar un rato con los arrendatarios. Preguntaba por todo. Gustaba de enterarse de los detalles, del quehacer de los pintores y artesanos. Como también de sentarse al lado; fuera de los talleres de segundo piso. “Aquí está mejor el sol”, decía. Recuerdo el día en que leyó uno de mis versos en una hoja suelta de cuaderno. Se sentó fuera del taller de Claudio y lo examinó con mucha atención, como si yo fuese una persona importante. Dijo que leyera mucha poesía. Había días en que desaparecía de la casa. “Anda fuera de Santiago o invitada no sé en que parte”, se decía. Pero Aguayo nos apuntaba “Ya va andar por aquí la Escilda”. Él sabía que los primeros días del mes iba presentarse a cobrar los arriendos. Ese dinero era al parecer su mayor entrada para vivir. Años después encontré a Aguayo en una feria artesanal de Viña. Estaba anciano. Casi no tallaba la madera por el reuma en sus manos. Dijo que había llamado Edulio desde Francia. Que echaba de menos Chile, la universidad y su taller. Que comía con las clases de pintura que hacía para niños en Francia.

El violento terremoto del año 85 en Santiago dejó la casa de Escilda Greve inutilizada. Quedó en la calle. Fue entonces que la Sech organizó una cruzada dentro de sus socios para ir en ayuda de ella. En ese momento el escritor, periodista y premio Municipal de Santiago, Guillermo Trejo no hallo mejor forma de ayudar, que llevársela a vivir a su propia casa, en la calle California N° 65 de la comuna de Providencia. La conocía de oídas y sólo intentaba ayudar a una mujer en desgracia. Sin saber en ese momento “la magnitud de mujer y escritora que ella era”. La instaló al lado de su oficina en el segundo piso. Allí tuvo una habitación pequeña pero confortable en medio de la familia del escritor. Mirando hacia la calle California, en el segundo piso, se ubicaba su oficina, su estudio. ”Mi biblioteca y sala de reunión con los amigos”, decía Guillermo Trejo. Ahí había un amplio y ordenado escritorio color caoba con dos cómodos sillones al frente para las visitas. Además, de papeles y documentos sobre la cubierta, tenía un libro grande como una ”contabilidad Americana” en donde él, llevaba un registro de teléfonos y direcciones de todos los escritores del mundo que él conocía.

Me dijo: “Ahí donde usted está, se sentaba la señora Escilda a discutir de literatura conmigo”. Eso se extendió casi un año. Dijo que en principio no concordaban con la señora Escilda. Pero ella no cedía en sus planteamientos. Al final de todas esas largas y entretenidas conversaciones y que a veces llegaban hasta altas hora de la noche, nació un libro: “Los Mugrientes”. En agradecimiento a su amistad y a ese tiempo compartido. El que está dedicado en la primera página a la señora Escilda. “Este libro tiene su esencia. Lo escribí después de una etapa, de haber meditado las conversaciones con Escilda y cambiar de viejo, mi manera de ver algunas cosa”. Al tiempo le avisaron que su casa ya estaba reparada y que ya podía volver a ocuparla, pero don Guillermo y su familia no quisieron que se fuera y le pidieron que se quedara con ellos hasta el fin de año. Esas fiestas las pasaron juntos. Cenaron en familia y hasta se organizaron entre ellos, entregándose pequeños regalos de navidad en los que ella participó con entusiasmo. Ella estuvo feliz. Y hasta se emocionó disfrutando la comida y la conversación en un ambiente íntimo y familiar. Tenía 69 años.

Recuerdo que en los primeros días de septiembre del 87 llovía sobre Santiago. Y fue la última vez que hablé con ella, fue por teléfono. Su número me lo entregó Guillermo Trejo. Vivía sola, estaba ciega y con muchas ganas de conversar. Por el teléfono público del terminal la oí recordar la década del setenta y los amigos que ya no estaban. Conservaba su memoria intacta. Tuvo palabras de aprecio y cariño para Guillermo Trejo y su familia. Me pidió que la visitara cuando estuviera de nuevo en Santiago. Volví a Calama y nunca más la vi.

3 comentarios:

  1. Que bueno es no olvidar a aquellos que, como en el caso de esta Poeta ácrata, dejaron una huella con su forma de ser y en las letras.
    Gracias.
    Tino

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  2. GRANDE ESCILDA...AÚN NO SE LE RECONOCE TODA SU GRANDEZA EN SU TIERRA NATAL: ARICA. AUNQUE ELLA, ANARQUISTA, ERA UNA POETA UNIVERSAL, SIN FRONTERAS.

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  3. Acabo de leer De silencio a silencio, lo había comprado hace tiempo en libros usados.

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